Pero de pronto nuestra realidad cambió. Primero aquella explosión que de inmediato arrojó a mi cama, pedazos de vidrio de la ventana rota. Sentí el calor y nos inundó ese pinche olor. Gritos de mi madre, gritos de mi padre y la tos de mi abuela. No sabíamos que hacer. ¿Salir a la calle y enfrentar las llamaradas? ¿Quedarnos en la casa ya sin ventanas, inhalando los gases que no paraban de atacar a nuestros pulmones? Carajo, como es que la vida puede cambiar tanto en tan poquito tiempo.
Y entonces recordé .... recordé las múltiples veces que en mis redes sociales diferentes publicaciones advertían de los riesgos de vivir cerca de empresas como aquella que hoy explotó, recordé que al principio me angustiaba el leer aquellas advertencias, pero después, la realidad me llevó a ignorar cualquier información; ¿y que querían los científicos de la universidad?, ¿qué nos cambiáramos de casa?, como si eso fuese tan simple.
El gas o lo que haya sido se intensificó y de pronto sentí ardor en la piel, para entonces mi padre ya había decidido, y gritó, un grito que después supe sería salvador, ¡vámonos! Tomó a mi abuela, mi madre cargó a mi hermanito y yo simplemente bajé las escaleras corriendo cual alma que carga una pena.
Al salir vimos dos personas en el suelo, y exactamente cuando buscaba ayudarlas mi padre volvió a gritar y con un ¡déjalas, deben estar muertas! me obligó a correr en contra del viento y teniendo como única protección la pañoleta color rosa que le robé a mi muñeca.
Corríamos y corríamos, y hasta que nada nos ardió, dejamos de correr. A pesar de eso volteamos, vimos las llamaradas acompañadas de las explosiones que de a poco se iban haciendo menos sonoras. Como a diez cuadras, en contra de los vientos y seguíamos sintiendo ese olor a químicos. Hasta entonces llegaron las sirenas y nuestros héroes los bomberos. Atrás de ellos tres o cuatro ambulancias y patrullas del Gobierno. Acordonaron el área y supimos que esa noche no regresaríamos a nuestro departamento.
Nos fuimos con la tía y como la escuela quedaba enfrente de la empresa supusimos que no habría clase, así que sin poder dormir me tiré a la cama y entonces me enteré. Todos mis amigos hablaban de las explosiones y de cómo quienes se quedaron la estaban pasando peor. En letras ponían que ya no podían respirar, pedían médicos y medicinas. Angustias entre ticktocks, Instagram y Facebook. Mis amigos, mis amigas y montones más.
Pero en X (antes Twitter) aparecieron otras noticias. Cuando los bomberos llegaron y vieron, operaron un plan de emergencia que incluye la acción del Centro de Información y Atención Toxicológica de la Facultad de Medicina y del Hospital Central y la participación de laboratorios universitarios y expertos en riesgos. A través de los síntomas y considerando el material que se había quemado (la pinche industria era una recicladora de residuos industriales), se asumió el tipo de tóxicos que estaban siendo emitidos (todos de nombres raros, algo así como aromáticos policíclicos y muchos más). Entonces se operó la alerta para desalojar a todos quienes vivieran alrededor de un kilómetro. ¡Uff, qué jodidez! ellos sufriendo y yo gracias a mi padre, ya en la cama y ya alejada del infierno aquél.
Llorando, no me quedé quieta y organicé una protesta, no, mi protesta no podía incluir que no lo sabíamos; no podíamos llamarnos a la ignorancia porque de vez en vez olía a madres y todos sabíamos que el olor salía de esa empresa, pero la costumbre nos ganó. Así que hoy dejo este documento, algunos lo leerán, otros lo pasarán por alto, pero seguiré gritando, y gritaré cada vez más fuerte. No es justo que alguien haga negocios con la muerte.