En el retruécano con que inició estas líneas, se encuentra resumida la reflexión a la que invito a los que se interesen en un mejor país: los temas de Justicia, impunidad, seguridad, legalidad y certeza en la procuración de Justicia que aunque siempre ha descansado teóricamente en la figura del Fiscal del Estado, como representante social en la búsqueda y exigencia de estos temas, ahora tiene una importancia mucho mayor que cuando se denominaba a este cargo como el de Procurador de Justicia. No sólo por el nombre sino porque la figura del Fiscal ha sido dotada ahora de facultades mucho mayores, mejores recursos y en mayor cantidad, pero sobre todo ha sido revestida y blindada con el rango de entidad Constitucional Autónoma, lo que la instituye como una garantía de que la procuración de la justicia, las acusaciones y las investigaciones de los delitos habrán de ser siempre cimentadas en la imparcialidad y la verdad.
¿De quién es autónomo un órgano gubernamental? De cualquiera otro poder establecido, pero fundamentalmente es autónomo del Poder Ejecutivo del Estado, esto es del Gobernador, quien durante todo el siglo pasado ponía y quitaba de Procurador a quién le parecía y, además, aunque se hablará de independencia en sus decisiones técnicas y legalmente, en los hechos los Procuradores informaban, obedecían, acataban y a veces hasta leían y adivinaban las órdenes o preferencias de sus gobernadores, y si no le atinaban… pagaban las consecuencias. No hace mucho de eso, aunque algunos procuradores tuvieron la confianza plena del Ejecutivo y el carácter y temple para conducirse con mucho decoro e inteligencia -de momento no quisiera recordar a nadie porque sería una mayoría abrumadora la que se me enojaría, aunque por dentro no tengan más que reconocerlo-.
Así pues, apenas andamos estrenando un Fiscal Autónomo, el primer Procurador electo por el Congreso e investido de Autonomía Constitucional en la persona de Federico Arturo Garza Herrera. A quien según recuerdo le faltan más de 3 años para que termine el periodo constitucional que le corresponde y tendría aún la oportunidad de reelegirse a criterio de los Diputados locales; más resulta que los medios de comunicación hablan de una posible sustitución, por el hecho de que un nuevo Gobernador del Estado comenzará su periodo el próximo 26 de septiembre; tal especulación asume fuerza de probabilidad mayúscula cuando vemos una declaración del propio Federico en el sentido de que dependerá de los planes del nuevo gobernador si él decide seguir como Fiscal del Estado. ¿Qué no se trata de un mandato del pueblo a través del Poder Legislativo? ¿Acaso el gobernador electo Ricardo Gallardo Cardona requiere o necesita de un Procurador de su confianza exclusiva? ¿Estará dispuesto a sustraerse a la voluntad del pueblo representada por sus Diputados? Si así fuese ¿Para qué querría un Fiscal que llegase con calzador y cuestionado por la obviedad de haber sido generado por su voluntad y por sobre las leyes del pueblo? ¿Será necesario que un gobernante recién llegado se desgaste con una demostración tal de poder y arbitrariedad? y por lo que hace a Federico ¿Acaso fue electo para trabajar específicamente con un Gobernador? ¿Quizás el que viene no le satisface o le avergüenza? ¿Se trata de que el cargo dejó de parecerle importante? ¿Siente alguna presión? ¿Le da miedo algo? Y respecto a los potosinos, si se da el cambio ¿Qué podremos imaginarnos? ¿Encontraremos justificación para que éste se dé solamente porque hay un nuevo gobernante? ¿Creemos que las costumbres de antaño son que cada que alguien llega pone al que le conviene? ¿Es cuestión de conveniencia del gobernador o de todos el cargo del Fiscal del Estado? Particularmente el que esto describe no especula y por lo tanto no creo que ni en la cabeza de Ricardo Gallardo Cardona ni en la de mi amigo Federico Garza Herrera, quepa la ocurrencia y menos aún el plan de que éste último renuncie por convenir a sus intereses, al cargo de Fiscal General del Estado, que por su delicadeza no puede fácilmente ser ocupado por cualquiera y menos puede ser desocupado a cualquier antojo, así sea el de quien lo ocupa.