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Opinión Retruécanos
¿SOMOS LA RAZA DE BRONCE? O ¿SOMOS DE BRONCE TODA LA RAZA?
08/08/21 | 10:46 | Por: Pedro Olvera Vázquez
Algunos maestros, historiadores y poesías que llegué a escuchar en la primaria o en los desfiles del 20 de noviembre y los animadores barberos y sensacionalistas que, en la plenitud del nacionalismo revolucionario, repitieron hasta cansar el concepto “Raza de Bronce”, para ensalzar nuestro origen y las épicas batallas como la de Puebla en la que los Zacapoaxtlas derrotaron a los franceses sin que nadie les haya dicho nunca que eran la raza de bronce.
Ellos son los culpables de mi decepción el día de hoy, cuando decidí escribir sobre “la raza de bronce” a manera de sana para todos los que esperaban(mos) ver el medallero olímpico con unas cinco de oro, diez de plata y dieciocho de bronce; y eso para no vernos tan abusivos. Resulta que esperaba encontrar de inmediato alguna referencia a nuestra raza y encontré que el término Raza de Bronce tan traído y llevado correspondía a la novela del mismo nombre escrita por Alcides Arguedas, novelista ensayista y político boliviano quien la publicó en 1919. Es tan reconocida que se le considera una de las mejores novelas de Bolivia y es la precursora del indigenismo o cuando menos de la novela indigenista, de amplio contenido social y crítico para la desigualdad y exclusión a los nativos originales de nuestro continente y particularmente los bolivianos. El argumento es trágico y realista sobre el abuso de hacendados y poderosos contra las mujeres y hombres de aquellos lares. Los personajes principales son una pareja que enfrenta las crueldades en un plano de esclavismo. Todo muy parecido a nuestra historia que a veces aún se repite en las regiones más alejadas. Tiene pasajes imperdibles como: “Una de las lucecillas trocóse en antorcha, y la antorcha en llama. La llama ondeó, roja, en la oscuridad, como lengua de reptil; y mil chispas, crepitantes, saltaron de su cuerpo, desvaneciéndose en lo alto de las sombras. Otro grito humano, agónico y penetrante, rompió el silencio ahora velado por las sombras, y volvieron a aullar los perros con furia…y los gritos de terror y de angustia, hasta confundirse todas las voces en un solo aullido pavoroso, indescriptible…”; otro: “También he pensado que sería bueno aprender a leer, porque leyendo acaso llegaríamos a descubrir el secreto de su fuerza, pero algún veneno horrible han de tener las letras, porque cuantos las conocen de nuestra casta se tornan otros, reniegan hasta de su origen y llegan a servirse de su saber para explotarnos también”,

Ya cuando terminé la lectura y comentarios -que valen mucho la pena-, aunque complacido del hallazgo en esa novela indigenista, estaba seguro de nuestra tragedia: También habíamos perdido el Bronce como denominación de origen…de nuestra raza. Total, que ya ni el bronceado de tres o cuatro medallas nos podía reivindicar lo que yo hacía tan nuestro: Ser la Raza de Bronce. Pero oh sorpresa, empecé a recordar a Juárez y encontré a Don Amado Nervo, quien, para mi entender cronológico, es sin duda quien acuñó la frase con la que hoy he querido olvidar nuestros frugales y parcos resultados deportivos: La Raza de Bronce, obra de este distinguido literato y poeta mexicano, que fuera presentada el 19 de Julio de 1902 en la Cámara de Diputados. Un botón de muestra: “El español martirizó mi planta/ sin lograr arrancar de mi garganta/ ni un grito y cuando el rey mi compañero/temblaba entre las llamas del brasero:-¿Estoy yo, por ventura en un deleite?- le dije y continué/sañudo y fiero/mirando mis pies en el aceite…” Amado Nervo rescata la parte positiva, la gloria de la raza: Señor deja que te diga la gloria de tu raza/la gloria de los hombres de bronce, cuya maza/melló de tantos yelmos y escudos la osadía/ oh, Caballeros Tigres!./ ¡0h, caballeros Leones!/!Oh Caballeros Águilas!, os traigo mis canciones; /Oh enorme raza muerta! Te traigo mi elegía”. El poema se compone de 186 versos largos y muy elogiados por los conocedores. Aunque habla de una Raza triste y en ocasiones de una Raza muerta.. Tal vez nos llegue a suceder igual o quizá seamos privilegiados de ver un cambio. Mi optimismo me lo dice. Por lo pronto, por obra de Amado Nervo y por nuestras costumbres olímpicas, está claro que sí somos la Raza de Bronce.
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