Esta semana se conmemoró la fecha icónica del “25N” que se instituyó, en recuerdo de aquel trágico día en que hace mucho tiempo fueron sacrificadas en República Dominicana, las tres hermanas Mirabal activistas de la igualdad y derechos humanos, por el capricho de un dictador violento que coincidentemente estaba investido del poder gubernamental. Hoy tal fecha se ha resignificado colectivamente, como día de la Eliminación de la Violencia Contra las Mujeres alcanzando a través de los últimos años una dimensión global, que tristemente puede estar erigida sobre las columnas espirales de la violencia que, como fenómeno digno de estudio, se verifica en muchos confines, espacios y momentos de cada día en contra de las mujeres, de nuestras mujeres, las mismas que nos han dado tanto como la vida misma.
Se trata de un problema que no enorgullece, sino que preocupa y el que además de ser vergonzante, incide en la economía, la política, el desarrollo equilibrado y genera desigualdad, inseguridad e incertidumbre. Los ejemplos son millones, pero en esta ocasión quiero referirme al de una mujer sobrada de valentía e inteligencia, que además alcanzara un gran poder y liderazgo en una época y lugar particularmente difíciles: Indira Gandhi, primer ministro de la India.
La Figura de Indira Gandhi no deja de ser polémica, incluso en algún documental de la BBC de Londres se le menciona como la más odiada y la más amada mujer de la India; Indira fue una mujer directa, asertiva, enérgica y capaz de tomar decisiones de estadista con aquella seguridad que demostró en diversos momentos de su vida. Ella hizo frente y ganó la guerra contra los pakistaníes que fue sin duda una guerra contra otras potencias mundiales como los propios Estados Unidos y China, acaso por ello se ganó el mote con el que muchos hindúes le llamaron Madre de la Guerra, aunque la otra mitad cuando menos de los 500 millones de habitantes de ese país de grandes contrastes la llamaba Dulce Madre, por su sencillez y humildad con la que trataba a sus paisanos a quienes recibía incluso en su propia casa.
Oriana Fallaci periodista italiana la incluye en su entrevista con la Historia, libro de gran éxito publicado al inicio de los años setenta y que aún hoy vale la pena revisar; ahí aparece como parte de veintiséis personajes de talla mundial, de los cuales 24 son hombres y solamente ella y Golda Meir son mujeres. Ambas estadistas y primeras ministras de su respectivo país. Fallaci la describe dueña de una personalidad inquietante, compleja y fascinante a la vez: “…es imposible ser mujer y no sentirse rescatada, reivindicada en su elefantino éxito que desmentía todas las trivialidades con que se justifica el patriarcado y el predominio masculino en cualquier sociedad”. La lucha por la independencia se desarrolló ante sus ojos; su primera escuela de vida fue la policía que llegaba de noche para arrestar. Se cuenta que abría la puerta a los amigos y decía “Lo siento no hay nadie. Mi padre, mi madre, el abuelo. La abuela y la tía están en la cárcel”. Por cierto, ella misma estuvo durante trece meses encarcelada. Indira, respondiendo una pregunta a Fallaci, comenta algo que me parece más que ilustrativo: “…Respecto a los hombres no tengo complejos de envidia ni de inferioridad. Pero al mismo tiempo tenía muchas muñecas, aunque mis muñecas no fueron nunca bebés, sino hombres y mujeres que atacaban cuarteles y acababan en la cárcel. Se lo explicaré. No sólo mis padres sino toda mi familia estaba complicada en la resistencia… de manera que de vez en cuando acudían los guardias y se los llevaban indiscriminadamente...pasaba meses sola siendo una niña. Todo esto me acostumbró a mirar con los mismos ojos a los hombres y a las mujeres”. Indira Gandhi fue una mujer que no tuvo una infancia pues su normalidad era una vida violenta y así vivió y encontró la muerte al ser asesinada por sus guardaespaldas. El problema tuvo una raíz religiosa pues ella intentó llevar a la India como estado laico. Como muchas mujeres de hoy, no