...aquella era una invasión veterana; hordas de cruzados antiguos que avanzaban lentamente, pero incansables y persistentes, cual hormigas en pos de un terreno nuevo donde sobrevivir. Esa era la cruzada, la misión programada genéticamente en nuestro sistema nervioso para seguir existiendo por encima de percepciones intelectuales, ideológicas o físicas; por encima de los latigazos que la naturaleza sabiamente va propinando, cada vez con mayor tino.
Esos cientos o tal vez miles de pies iban forrados de muchas formas según pude avizorar cuando empecé a desmodorrarme de una desmañanada no apta para espíritus tranquilos como siempre he considerado el mío. Así que empecé a levantar la mirada del piso, sentado como estaba casi en cuclillas en un pequeño banco más portátil que la mayoría de otros bancos ya portátiles de por sí y pude observar más detenidamente el potencial clasista y diferenciador que el calzado tiene, más que otras partes de las vestimentas humanas en la actualidad. Noté que en una de las filas se podían distinguir más huaraches y medios botines que en la fila que luego supe era de “los foráneos” donde predominaban tenis y zapatos ligeros, si bien deliberadamente muy cómodos, no por ello modestos ni “sencishitos”; por el contrario, la fila “F” que bien pudo ser también la fila de los fifís, más que de los foráneos, era en su mayoría una pasarela improvisada para los adidas, los fila, nikes, jordan, y sobre todo skechers, sin faltar algunas botas cuadra y los muy carotes que supongo comodísimos floorsheims, desde luego otras marcas que ni siquiera conozco pero que seguramente están fuera del presupuesto de muchas familias mexicanas. En la fila de los locales, claro está, se enfatizaban los zapatos deteriorados por el uso rudo y el transitar entre surcos y potreros que forman parte de la región donde también hicieron convergencia pobladores de la cercana serranía gorda, limítrofe con Querétaro y San Luis. Pues así, desde abajo, me tocó en suerte presenciar ese fenómeno que se verificó en las primeras jornadas de Vacunación contra el Virus del SARS-COVID-2, no cabe duda que no había que mirar más arriba hacia la vestimenta de las personas mayores de 60 para apreciar el estrato social de los grupos e individuos concitados por una misma desesperación, una misma ansiedad de salvar su vida, de preservar su existencia, sea del tamaño y calidad que lo fuere en cada caso; el mismo propósito y el mismo derecho legitimado en extremo al trasladarse desde ciudades y zonas montañosas, desde el arado y la fábrica, desde el club y la casa de campo o la zona residencial, a las larguísimas “colas” que gusaneaban interminablemente las callejuelas de un poblado respetuoso de esas aspiraciones tan humanas y tan sorprendido de ver tanta cercanía entre ricos y pobres en una igualdad pandémica. No solo la muerte nos iguala, también la perspectiva de una posibilidad tan igualmente cercana y potencialmente igualitaria.
La experiencia de esta pandemia todavía tiene muchas enseñanzas y momentos que no hemos conocido, la vacunación apenas empieza y el visualizarla como lo hacemos todos, similar a la luz al final del túnel, aunque suene chocante el cliché, también hace que comience la desesperación y la demanda aprensiva de obtener la inoculación, pese a todas las inconformidades y diferentes opiniones que el régimen en turno pueda generar; en una cosa estamos todos de acuerdo -bueno casi porque hay algunas opiniones contrarias y otras que son solamente poses para hacerse los interesantes- hay que buscar esa inoculación y si para ello hay que formarse uno o dos días pues nos pasamos a formar en la cola, lonchando sandwichitos, galletitas, manzanitas, taquitos, quesadillas, pancita cabeza, pierna buche o nana, y hasta sushis, pizzas y hamburguesas fifisosas. No es solamente relajo, es la verdadera igualdad en una cola, en una fila democrática para sobrevivir. Hacer cola en este propósito está resultando más democrático que un camión urbano, porque en este no se suben todos. Son las colas que deberíamos hacer siempre, las colas de la igualdad.