Quienes más trabajaban eran quienes menos retribución obtenían y curiosamente eran también quienes menos se quejaban. Un día hace más de 200 años, algunas personas se hartaron de que solamente una minoría de ricos pudiera disfrutar, vivir bien, ordenar a los demás y dirigir el gobierno impartiendo justicia a su capricho.
Esos inconformes tenían como característica común el que habían logrado crecer, educarse y enriquecerse hasta cierto punto, pero sin lograr reconocimiento ni participación en la conducción del país. Estaban, sí, por encima de otras clases sociales como los indígenas y pobladores más originarios de ese país que había sido ocupado por los “hombres barbados” durante 300 años. Muchos factores como la desigualdad, la discriminación, el clasismo, el odio racial, la injusticia, los abusos “desmedidos” -suponiendo que hubiese alguna medida tolerada para abusar- y la misma represión a las reuniones en que se deliberaban posibles soluciones desembocaron en una lucha que al empezar ni siquiera buscaba independizarse de la potencia que ocupaba el país sino participar y dicho de forma simple: SER ESCUCHADOS en sus opiniones y propuestas como parte de un pueblo. La lucha, pese a lo que se diga, no terminó ni con la Independencia ya proclamada.
Al inicio de la lucha y desde entonces diferentes grupos han peleado a veces con la misma bandera, pero con diferentes métodos y muy distintos propósitos. Eso es normal en el ser humano pues cada quien tiene derecho de creer en lo que desee; desear lo que quiera; proponer lo que considera mejor para todos y.…decidir e imponer su decisión. Sin embargo, no es posible que tantas voluntades conduzcan, sino que hay que encontrar los mecanismos para conseguir acuerdos. Ningún arma ni violencia nos conducen, de acuerdo con la historia a la construcción y unificación de voluntades colectivas, de grupos y asociaciones; ni las pistolas, bombas ni cohetes sirven para que todos estén de acuerdo aunque de momento pueda parecer que hay un vencedor y un vencido, la historia ha demostrado que lo único que construye acuerdos y desarrollo para todos es la palabra; es la voluntad de ceder algo en las pretensiones de cada quien y organizar la manera de que todos participen en el Gobierno. A eso se le llama Democracia.
Pues bien, para encontrarla y ejercitarla también hay diferentes métodos. En el mundo actual básicamente existen los Sistemas Parlamentario y Republicano; aunque algunas democracias modernas reconocen la figura de Reyes y monarcas que coexisten con la idea de respetar sectores importantes económicamente en esas sociedades. En México se buscó un Sistema que distribuyera el poder en jurisdicciones Estatales en lo que se denomina Federalismo. Esa Federación reconoce un Gobierno de todos que encabeza el Presidente de la República. Hubo mucha tirantez y jaloneos en el siglo XIX, Santana renegaba del Federalismo y señalaba que se trataba de una estúpida división en Feudos caciquiles que le hacía mucho daño al país; de hecho, con ese gobernante se vivió en una República Centralista de visos más monárquicos. Afortunadamente superamos esas ideas y se imanto la Republica Federal. No obstante, durante años el Presidente ha determinado cuestiones sin escuchar mucho a los estados y a sus gobernadores. En los últimos tres o cuatro lustros los Gobiernos Estatales comenzaron a tener cada vez mayor interacción y acuerdos con los presidentes en turno, pero sin ir más allá de la corrección política. Hoy posiblemente nos tocara vivir el momento histórico más importante para el Federalismo en una circunstancia totalmente Nueva en la que cada quien dice las cosas exactamente como las piensa y como las quiere. El Gobierno Federal ha optado por escuchar y hasta procurar las opiniones de los jefes de cada entidad federativa. En ese contexto y con buenas formas, se puede llegar a construir un nuevo México; con equilibrios y por encima de luchas partidistas.