Tu madre, más liberal en lo educativo que tu padre, digamos de un estilo francamente Montessori, compartía ante la epidemia la idea de un aislamiento casi total. Era la época del miedo. Los adultos hartos del celular, leer y ver televisión incubando más histeria. La pandemia del Coronavirus estaba declarada.
Las redes sociales se estrenaban en un acontecimiento de esta naturaleza. No tuvieron tanta presencia en la Influenza del 2009 ni en los ataques terroristas del 2001, que no te tocó vivir; pero en este 2020, propiciaron un enorme desasosiego en el mundo. Los efectos del virus, no solo infectaban los pulmones sino también la estabilidad emocional; generaban un estrés más fuerte que el encierro a un niño como tú y como a tantos otros que tuvieron que experimentar un estado de sitio durante tantos días. No había de otra, pero no volteábamos a ver que morían muchas más personas de hambre, sarampión, tuberculosis, diabetes, accidentes de tránsito, hipertensión, influenza; por inseguridad y por adicciones, que por el Coronavirus. Fué quizá la peor crisis económica global que nos tocó vivir, pues la paralización de las actividades productivas, comercio, turismo, industria trajeron la pérdida de empleos de moda más exponencial que el mismo virus y a una velocidad de miedo. Es fácil de comprender si piensas que cada segundo millones de mensajes sobre la epidemia se reproducían en todo el mundo a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Me queda claro ahora, a toro pasado, que no estábamos preparados para la era de la hipercomunicación. Habíamos llegado a la famosa metáfora bíblica de la Torre de Babel y tanto sabíamos que cada quien hablaba consigo mismo en una pantalla con un lenguaje que exigía atención para un ego empoderado en la tecnología, incapaz de percibir la presencia de otros junto a él. Entonces, de pronto nos encontramos frente a conflictos no previstos por nuestra mente y menos por el modelo económico; generados por el hambre y la desesperación. Los más ricos empezaron a salir del país olvidándose de compromisos y trabajadores que habían sido sus asociados en la interacción de capital y trabajo...además de su miedo adolecían una falta de lealtad que se necesitaba para la relación obrero-patronal. La policía era más temible que muchas bandas de delincuentes. Los militares eran la única esperanza y de ellos se echó mano, su lógica era simple y hasta cierto punto era parte de su propia naturaleza: el orden y la autoridad primero...incluso antes que la Ley. Algunos llamaban a eso autoritarismo. Los conflictos empezaron a controlarse, pero teníamos que cuidarnos de los que hacían el control de todo: incluso de las ideas y de los medios para comunicarlas. Parece que voy hacia el final de una tragedia, la gente empezó a hablar de un nuevo orden económico mundial más humano y cuidadoso de nuestro hábitat. La tragedia y la crisis económica también podían unificarnos, es más, igualarnos sin distinción de clase, raza, color u otra. Surgieron quienes creían que podíamos corregirnos y el mundo empezó a blindarse contra las tentaciones que desatornillan al comercio con moralidad del que hablaba Aristóteles; que desatan la ambición por ganar de más, por traficar las drogas y armas que nos envenenan y nos enfrentan; por ver el gobierno como un premio que debe usufructuarse al máximo, asociándose con los criminales hasta ser quien los encabeza. Pienso que si llegas a leer esto será en algunos años más y confío que en México hayamos atravesado bien esa contingencia pues la mayoría de la gente atendió las recomendaciones de un gobierno equilibrado y ambas partes gobierno y pueblo echaron mano de una gran virtud: la Templanza para no desesperar, para valorar mejor y estar firmes contra el miedo. Espero que lo que he imaginado y platicado como algo real no se haya llegado a materializar y sea solamente producto de una tendencia muy personal a la exageración; también espero que si llegas a heredarla por gracia de la genética, sepas conducirla y aprovecharla para bien de la humanidad. SE FELIZ.