El creciente desarrollo de la IA plantea la necesidad de fijar unas normas básicas sobre seguridad y privacidad para que los ciber- sistemas no atenten contra los derechos humanos. ¿Quién se ocupa de esta tarea?
Georges Dassis, presidente del Comité Económico y Social Europeo (CESE), firmaba el 31 de mayo de 2017 en el Dario Oficial de la UE un dictamen titulado “Las consecuencias de la inteligencia artificial” (IA) para el mercado único (digital), la producción, el consumo, el empleo y la sociedad. En el párrafo primero de las conclusiones y recomendaciones, el autor afirmaba esto: “Dada la influencia tanto positiva como negativa de la inteligencia artificial en la sociedad, el CESE se ha comprometido a seguir la evolución en este ámbito, no solo desde el punto de vista técnico, sino desde la perspectiva de la ética, la sociedad y la seguridad […] y a contribuir a crear un debate equilibrado y bien fundado, sin alarmismos ni relativizaciones extremas. El CESE se compromete a promover el desarrollo de una IA que beneficie a la humanidad…”.
Para los descreídos de la política es factible que semejante enunciado en el párrafo de introducción de una iniciativa, lejos de tranquilizarlos, les despierte cierta inquietud. Lo normal es pensar en las razones que mueven a la UE no solo a dedicar tiempo y dinero a la supervisión del desarrollo de la inteligencia artificial, sino a emitir este sorprendente y extenso dictamen tras una ponencia de Catelijne Muller, miembro del Grupo de Expertos de Alto Nivel sobre IA de la Comisión Europea.
En su dictamen, el CESE señala once áreas donde la IA plantea desafíos sociales: ética, seguridad, privacidad, transparencia y rendición de cuentas, trabajo, educación y desarrollo de capacidades, igualdad e inclusión, legislación y reglamentación, gobernanza y democracia, guerra y superinteligencia. Además, defiende la necesidad de que este futuro sea comandado por las personas, “con un marco de condiciones que regule el desarrollo responsable, seguro y útil de la IA de manera que las máquinas continúen siendo máquinas y los humanos conserven el dominio sobre ellas”.
Parece claro que las leyes que Isaac Asimov escribió en 1942 y que han regulado la ciencia ficción en el último medio siglo se han quedado obsoletas, porque la realidad supera la ficción.