Muy a su manera, mucho, pero la filosofía de vida del entrañable amigo Adrián Vázquez era muy genuina. Sabedor de muchas cosas, le entusiasmaba todo tipo de charlas, desde las ocasionales en cualquier sitio, hasta las reflexivas, las políticas, las que no tenían fin. Sus exaltaciones brotaban para darle más tono a una conversación, como si en cada momento descubriera algo nuevo. Y porque también, sus pláticas eran apasionantes.
En una ocasión, por 15 minutos disertó sobre la modernidad y la tecnología. Cuando los primeros teléfonos inteligentes irrumpieron con una fuerza y velocidad que colocaron en el desuso inmediato a varios otros aparatos, reflexionó con agudeza que el reloj de muñeca, los teléfonos fijos, las cámaras fotográficas, las de video, los despertadores, los afinadores de guitarra, fueron rebasados, depuestos, por el celular.
Lo mismo con la música, desde Sabina a U2, uno de sus gustos muy personales, pero finalmente melómano. Cuando platicó, muchas ocasiones, que después de su presentación espectacular, allá en el año 2009 en el Foro Sol, la banda ACDC, con una formación descompuesta, no tenía mucho sentido regresar a ofrecer un concierto otra vez.
La música la tuvo siempre consigo; la disfrutaba como pocos y la vivía como uno de los inventos más formidables de la humanidad. Palabras más o menos, esa fue otra de las charlas que compartió un sábado por la noche, cuando, después de muchos años, a SLP regresó a ofrecer el último concierto que hubo en la Huerta del STIC: la banda española Ángeles del Infierno. La conversación, mientras bebía un vaso de cerveza e invitaba una ronda más. Adrián, polifacético y entrañable amigo. Un buen tipo, como solía redactar: hay que serlo, en conversaciones nocturnas.
Bromista al extremo, pesadito, como son las bromas o no lo son. En eso coinciden más de dos personas a las que, después de su faceta del periodista, la del literato, la del melómano, la del analista político, también las hacía vibrar con una ocurrencia genial, con un súbito arranque de hacer algo divertido. En su filosofía de vida, en varias veces —o muchas veces— demostraba que no tenía caso ser tan anticuado.
En el servicio público construyó una carrera que combinaba con otro de sus gustos: la de viajar. A dónde fuera, pero había que hacerlo, porque eso también pensaba: en que es sinónimo de vida. Como pocos, conoció a la perfección las vicisitudes del sistema educativo, sus puntos flacos. Aún allá por el año 2008, con su analítica personalísima, relataba por qué el desaparecido Fondo de Aportaciones a la Educación Básica, el FAEB, era un pronóstico que en realidad reflejaba la crisis hacia la que avanzan todos los sistemas educativos. Ese análisis, hace ya 15 años.
Adrián Vázquez, el polifacético, el amigo, el buen tipo, fallece a los 55 años de edad.
Se le extraña desde ya.
"Iba a decir la clásica más vale tarde que nunca o tarde pero sin sueño. Pero NUNCA es tarde para desear parabienes a otro humano amigo", lo decía con afecto, en una de las charlas ocasionales, por mensaje de Facebook.
